Fischer fue un personaje de una inteligencia excepcional. Un hombre de gran carisma, lleno de manías y excentricidades, de salidas de tono, de opiniones provocadoras y políticamente incorrectas. Un genio desgarbado capaz de hacer arte en el ajedrez. Una de sus propuestas era terminar con la teoría de las aperturas, que estaban en su opinión demasiado analizadas, y comenzar la partida sorteando la colocación de las fichas de la primera fila.
Fischer ha sido sin duda uno de los personajes más importantes del siglo pasado. Su genio y personalidad han mantenido su nombre en la mente de todos. Spassky dijo de él: "Fischer siempre me ha producido una particular impresión por la integridad de su naturaleza. Tanto en el ajedrez como en la vida". A la pregunta ¿qué es el ajedrez? Fischer respondió en cierta ocasión: “El ajedrez es la vida”. Y, desde luego, no consagró sus días a otra cosa.
Fischer fue un ser excepcional, un campeón del mundo que murió imbatido, pues el titulo no lo perdió en 1975 ante Karpov por derrota sino por incomparecencia, con la excusa de que no se atendían sus múltiples demandas.Tras veinte años de retiro voluntario, Fischer accedió a jugar la revancha contra Spassky, en Yugoslavia, infligiendo así la ley del embargo que pesaba sobre dicho país y por lo cual fue perseguido por el gobierno estadounidense. Tras sus constantes exigencias, que a punto estuvieron de volver loco al gobierno yugoslavo, entre las que se incluía la de levantar todos los retretes tres centímetros del suelo para su mayor comodidad, se celebró el match que finalizó con una nueva victoria de Fischer.Los últimos años de su vida los pasó en Islandia. Allí le habían dado asilo político, lo que le permitió salir de Japón, donde había sido encarcelado por la orden de extradición de EE.UU. que pesaba sobre él. Vivió recluido, solitario, rehuyendo a la prensa. Murió, como ya se ha dicho en tantos sitios, a los 64 años, tantos como casillas tiene un tablero de ajedrez.
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